domingo, 24 de noviembre de 2013

Reflexión de la madre Teresa

Carta 03 de Septiembre de 1959, Dirigida a Jesús.
Jesús mío, Desde mi infancia Tú me has llamado y me has guardado para Ti y ahora cuando ambos hemos tomado el mismo camino -ahora Jesús- yo voy por el camino equivocado.
Dicen que la gente en el infierno sufre un dolor eterno por la pérdida de Dios; resistirían todo ese sufrimiento si solamente tuviesen un poco de esperanza de poseer a Dios. En mi alma siento precisamente ese dolor terrible de pérdida, de que Dios no me quiere, de que Dios no es Dios, de que Dios realmente no existe (Jesús, por favor, perdona mis blasfemias, se me ha dicho que lo escriba todo). Esa oscuridad que me rodea por todas partes, no puedo elevar mi alma a Dios, no entra luz alguna ni inspiración en mi alma. Hablo del amor a las almas, del amor tierno a Dios, las palabras pasan a través de mis palabras [sic, labios] y anhelo con un profundo deseo creer en ellas. ¿Para qué trabajo tanto? Si no hay Dios, no puede haber alma. Si no hay alma, entonces Jesús, Tú tampoco eres verdadero. Cielo, qué vacío, ni un solo pensamiento del Cielo entra en mi mente, pues no hay esperanza. Tengo miedo de escribir todas las cosas terribles que pasan en mi alma. Te deben herir.
En mi corazón no hay fe, ni amor, ni confianza, hay tantísimo dolor, el dolor del anhelo, el dolor de no ser querida. Quiero a Dios con todas las fuerzas de mi alma y sin embargo allí entre nosotros hay una terrible separación. Ya no rezo más. Pronuncio las palabras de las oraciones comunitarias y hago todo lo posible por sacar de cada palabra la dulzura que tiene que dar. Pero mi oración de unión ya no está ahí. Ya no rezo. Mi alma no es una Contigo y sin embargo cuando estoy sola en las calles Te hablo durante horas de mi anhelo por Ti. Qué íntimas son aquellas palabras y sin embargo tan vacías, porque me dejan lejos de Ti.
La obra no contiene alegría, ni atracción, ni celo. Recuerdo que le dije a la Madre Provincial, que dejaba Loreto por las almas, por una sola alma, y ella no podía entender mis palabras. Hago todo lo que puedo. Me desvivo, pero estoy más que convencida de que la obra no es mía. No dudo que fuiste Tú quien me llamó, con muchísimo amor y fuerza. Fuiste Tú, lo sé. Es por esto que la obra es Tuya y eres Tú incluso ahora; pero no tengo fe, no creo. Jesús, no permitas que mi alma sea engañada ni me dejes engañar a nadie.
En la llamada Tú dijiste que tendría que sufrir mucho.
Diez años, Jesús mío. Tú has hecho conmigo según Tu voluntad y, Jesús, oye mi oración: si esto Te complace, si mi dolor y mi sufrimiento, mi oscuridad y mi separación Te da una gota de consuelo, Jesús mío, haz conmigo lo que Tú desees, el tiempo que Tú desees, sin una sola mirada a mis sentimientos y dolor. Te pertenezco. Imprime en mi alma y mi vida los sufrimientos de Tu Corazón. No Te preocupes por mis sentimientos.
No Te preocupes ni siquiera, por mi dolor.
Si mi separación de ti lleva a otros a ti y en su amor y su compañía encuentras alegría y placer, entonces, Jesús, estoy dispuesta con todo mi corazón a sufrir lo que sufro, no sólo ahora, sino por toda la eternidad si esto fuera posible. Tu felicidad es lo único que quiero. Por lo demás, por favor no te molestes. Incluso si me ves desmayar de dolor. Es mi voluntad, quiero saciar tu sed con cada gota de sangre que Tú puedas encontrar en mí. No me permitas que te haga daño de ninguna manera, quítame el poder de herirte. De corazón y con toda el alma, trabajaré para las Hermanas porque son tuyas. Todas y cada una son tuyas.
Te suplico sólo una cosa, por favor no te preocupes por volver pronto. Estoy dispuesta a esperarte toda la eternidad.
Madre Teresa de Calcuta. 

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