martes, 8 de marzo de 2016

8 de marzo: ¡¡Gracias, mujer!!


«La Iglesia da gracias por todas las mujeres y por cada una: por las madres, las hermanas, las esposas; por las mujeres consagradas a Dios en la virginidad; por las mujeres dedicadas a tantos y tantos seres humanos que esperan el amor gratuito de otra persona; por las mujeres que velan por el ser humano en la familia, la cual es el signo fundamental de la comunidad humana; por las mujeres que trabajan profesionalmente, mujeres cargadas a veces con una gran responsabilidad social; por las mujeres "perfectas" y por las mujeres "débiles". Por todas ellas, tal como salieron del corazón de Dios en toda la belleza y riqueza de su femineidad, tal como han sido abrazadas por su amor eterno; tal como, junto con los hombres, peregrinan en esta tierra que es «la patria» de la familia humana, que a veces se transforma en "un valle de lágrimas". Tal como asumen, juntamente con el hombre, la responsabilidad común por el destino de la humanidad, en las necesidades de cada día y según aquel destino definitivo que los seres humanos tienen en Dios mismo, en el seno de la Trinidad inefable.

La Iglesia expresa su agradecimiento por todas las manifestaciones del "genio" femenino aparecidas a lo largo de la historia, en medio de los pueblos y de las naciones; da gracias por todos los carismas que el Espíritu Santo otorga a las mujeres en la historia del Pueblo de Dios, por todas las victorias que debe a su fe, esperanza y caridad; manifiesta su gratitud por todos los frutos de santidad femenina».

Juan Pablo II, Carta Apostólica Mulieris Dignitatem, 31 (año 1988).


De la Carta del Papa Juan Pablo II a las mujeres

Te doy gracias, mujer-madre, 
que te conviertes en seno del ser humano 
con la alegría y los dolores de parto de una experiencia única, 
la cual te hace sonrisa de Dios para el niño que viene a la luz 
y te hace guía de sus primeros pasos, apoyo de su crecimiento, 
punto de referencia en el posterior camino de la vida.

Te doy gracias, mujer-esposa, 
que unes irrevocablemente tu destino al de un hombre, 
mediante una relación de recíproca entrega, 
al servicio de la comunión y de la vida.

Te doy gracias, mujer-hija y mujer-hermana, 
que aportas al núcleo familiar y también al conjunto de la vida social 
las riquezas de tu sensibilidad, intuición, generosidad y constancia.

Te doy gracias, mujer-trabajadora, 
que participas en todos los ámbitos de la vida 
social, económica, cultural, artística y política, 
mediante la indispensable aportación que das 
a la elaboración de una cultura capaz de conciliar razón y sentimiento, 
a una concepción de la vida siempre abierta al sentido del «misterio», 
a la edificación de estructuras económicas y políticas más ricas de humanidad.

Te doy gracias, mujer-consagrada, 
que a ejemplo de la más grande de las mujeres, 
la Madre de Cristo, Verbo encarnado, 
te abres con docilidad y fidelidad al amor de Dios, 
ayudando a la Iglesia y a toda la humanidad 
a vivir para Dios una respuesta «esponsal», 
que expresa maravillosamente la comunión 
que Él quiere establecer con su criatura.

Te doy gracias, mujer, ¡por el hecho mismo de ser mujer! 
Con la intuición propia de tu femineidad enriqueces la comprensión del mundo 
y contribuyes a la plena verdad de las relaciones humanas.

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