La experiencia de la amistad auténtica es un verdadero tesoro. Es –como decía Elredo de Rieval, monje inglés del siglo XII– «la patria de quien está en el exilio, la riqueza de quien es pobre, la medicina de quien está enfermo, la gracia de quien está sano, la fuerza de quien es débil, el premio de quien es fuerte». Cualquier amigo de verdad quiere para su amigo todos los bienes, todas las gracias, compartir con él las propias alegrías y tristezas, viviéndolas con un solo corazón. En resumen, quiere con todas las fuerzas de su alma la felicidad del otro. Esto es lo que vivieron los santos. Fueran hermanos, esposos o amigos, ellos supieron vivir esa caridad sin límites de Cristo, que dió la vida por sus amigos. Es que tener una amistad centrada en Jesús nos permite no ser emigrantes, ni extranjeros; nos permite convertirnos en el hogar del otro. Tener un amigo es tener la necesidad de ayudar al otro a vivir. Saint Exupery lo expresa de modo muy hermoso en su "Carta a un rehén", en 1943:
«Amigo mío, tengo necesidad de ti como de una cumbre donde se puede respirar. Tengo necesidad de acodarme junto a ti, una vez más a orillas del Saona, sobre la mesa de una pequeña hostería de tablones desunidos, y de invitar allí a dos marineros en cuya compañía brindaremos en la paz de una sonrisa semejante al día. Si todavía combato, combatiré un poco por ti. Tengo necesidad de ti para creer mejor en el advenimiento de esa sonrisa. Tengo necesidad de ayudarte a vivir».
O también, san Francisco de Sales:
«Ama a todos los hombres con un gran amor de caridad cristiana, pero no mantengas amistad sino con las personas con las que convivir pueda ayudarte, y cuanto más perfectas sean estas relaciones, tanto más perfecta será tu amistad».
Aquí tenéis diez inspiradoras historias de santidad construida en medio de una profunda amistad.
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